Señor Director.
Hace más de dos mil años, con la llegada de Jesús, en un mundo tan convulsionado y violento como el que hoy vivimos, recibimos a un hombre bueno. Él, sin empuñar ningún arma, logró cambiar el destino del mundo. Un personaje de la historia de la humanidad que tan solo con su palabra de paz y amor, lideró la mayor revolución del universo, hasta hoy conocido.
Poco importa si fue un Dios o un hombre de carne y hueso. Tampoco importa mucho si solo fue una historia de esperanza creada por algunos sabios de la antigüedad o si nació en Israel, India, China o cualquier región del mundo y, menos importa, si en otras partes es conocido con un nombre distinto. Solo sé, que con urgencia, nos falta ser más como él.
Todos los meses de diciembre y a veces antes, casi obligados y olvidándonos de Jesús, adquirimos una exagerada cantidad de regalos, cada vez más costosos, pero que en ningún caso serán sinónimo de más amor, más cariño, más comprensión, más perdón, más aceptación o más agradecimientos. Nuevamente, Jesús se quedará con los brazos abiertos esperando su saludo, el de su cumpleaños. Ha sido destronado por un personaje bonachón, de mágica presencia. Las casas comerciales han escondido el pesebre y lo han reemplazado por ese viejo barbudo en su rojo y sofocante traje de invierno. Un socio que les ha ayudado a lucrar con los bolsillos de los embobados consumistas de siempre. El otro, el niño Jesús, es un hombre demasiados bueno, que representa esos valores que violamos diariamente. Bien lo sabe nuestro Contralor General de la República. Hay que esconderlo, Jesús nos causa tanta vergüenza que ante su presencia nos ponemos tan colorados como el traje del Viejo Pascuero. He ahí, quizás, el verdadero significado del color de su traje.
Creo que ha llegado el momento de que la iglesia y todos los católicos –si no somos capaces de poner a Jesús en el pedestal que le corresponde– vayamos pensando en cambiar el día de su cumpleaños. Lamentablemente, no va a faltar el inocente que crea que es más fácil eliminar al inclusivo y transversal Viejo Pascuero. Mientras lo anterior no ocurra, sin revindicar a Mister Grinch y sin destruir la fantasía e inocencia de los niños, los invito a pensar más en el cumpleaños de Jesús y menos en ese viejito que, especialmente –a los católicos– nada nos da, solo nos quita.
Christian Slater Escanilla.